Mi perspectiva entre líneas
Marfred Ángel
Cien días han bastado para confirmar que el segundo mandato de Donald Trump no solo es una continuación, sino una intensificación de su estilo: errático, confrontativo y profundamente nacionalista. Desde que retomó el poder en enero de 2025, el magnate neoyorquino convertido en presidente ha dejado claro que no aprendió nada de su primer mandato y que su agenda “America First” ahora tiene menos frenos y más impulso. Sus discursos llenos de ocurrencias, teorías sin evidencia y decisiones unilaterales han vuelto a colocar a México en el centro de una tensión que, aunque predecible, no deja de ser preocupante.
Trump ha revivido su viejo repertorio: amenazas de cerrar la frontera, militarización del control migratorio, acusaciones infundadas sobre el crimen organizado mexicano, y más recientemente, una guerra comercial por la vía de los aranceles. Bajo el argumento de proteger la industria y los empleos estadounidenses, ha impuesto nuevas tarifas a productos clave del sector agrícola, automotriz y manufacturero mexicano, afectando directamente las cadenas de suministro binacionales y provocando una escalada de precios en ambos lados de la frontera.
Ante este panorama, la presidenta Claudia Sheinbaum ha optado por una estrategia de contención diplomática. Sin caer en confrontaciones directas, ha mantenido el tono institucional, apelando al diálogo y al cumplimiento de tratados como el T-MEC. Su liderazgo ha mostrado mesura, firmeza y responsabilidad, evitando que el discurso incendiario de Trump arrastre a México a una espiral de provocaciones. No obstante, los desafíos son enormes: contener los impactos económicos, proteger los intereses nacionales y defender a los connacionales que ya sienten el regreso de un ambiente hostil en Estados Unidos.
Las afectaciones para México no se han hecho esperar. El peso ha mostrado volatilidad, los exportadores enfrentan incertidumbre y sectores como el agroindustrial y el automotriz ya reportan pérdidas por las barreras comerciales. Además, las redadas migratorias y el endurecimiento de las políticas fronterizas están generando una nueva ola de temor entre las comunidades mexicanas en Estados Unidos. Es el mismo guion del 2017, pero con un contexto aún más polarizado y complejo.
Curiosamente, el propio pueblo estadounidense también comienza a resentir los efectos de esta política de choque. Los aranceles han encarecido productos básicos, golpeado a pequeñas empresas que dependen de insumos mexicanos y generado tensiones con grandes corporaciones. Los agricultores del medio oeste, muchos de los cuales votaron por Trump, ahora enfrentan represalias comerciales de México y otros socios comerciales. La promesa de proteger empleos se estrella con una realidad donde los costos para el consumidor aumentan, pero el beneficio económico es, en el mejor de los casos, marginal.
A 100 días del regreso de Trump, queda claro que la relación bilateral está en uno de sus puntos más delicados. Las decisiones unilaterales desde la Casa Blanca obligan a México a caminar en la cuerda floja: firme pero diplomático, resiliente pero sin bajar la guardia. Las instituciones estadounidenses aún funcionan, pero cada vez con más presión, y la polarización interna de su sociedad amenaza con extenderse más allá de sus fronteras.
Lo que se espera del resto del mandato —unos 1360 días— es incierto. Con Trump, cada día es una caja de sorpresas, muchas de ellas desagradables. Pero si algo ha demostrado México, es que puede resistir, adaptarse y encontrar nuevas rutas de cooperación y crecimiento, incluso ante los embates del vecino más poderoso. La clave estará en mantener la dignidad sin caer en la trampa del conflicto, fortalecer los lazos con otros socios globales y, sobre todo, proteger a quienes más sufren los vaivenes de una política exterior hecha al ritmo de un tuit.