León XIV: un nuevo rostro para viejos desafíos

Mi perspectiva entre líneas

Marfred Ángel

El humo blanco volvió a salir de la chimenea de la Capilla Sixtina y, una vez más, el mundo contuvo el aliento. En un cónclave que duró tres días y requirió seis votaciones, los cardenales reunidos en el Vaticano eligieron al sucesor del Papa Francisco: el cardenal estadounidense Robert Prevost, quien ha tomado el nombre de León XIV. Su elección marca un nuevo capítulo para la Iglesia Católica, una institución que, pese a sus siglos de historia, sigue buscando cómo dialogar con un mundo en constante transformación.

La elección de Prevost no fue del todo sorpresiva para quienes siguen de cerca los movimientos del Vaticano. Nacido en Chicago en 1955 y con una larga trayectoria pastoral y administrativa, ha sido una figura clave en los últimos años en la Congregación para los Obispos, el organismo que supervisa los nombramientos episcopales en todo el mundo. Su perfil combina formación académica, experiencia misionera y una visión pastoral muy cercana a los principios que el Papa Francisco promovió: sinodalidad, inclusión y atención a las periferias.

Pero ¿quién es Robert Prevost? Antes de convertirse en Papa, fue agustino, obispo de Chiclayo (Perú) y prefecto del Dicasterio para los Obispos en Roma. Su paso por América Latina marcó profundamente su visión eclesial: allí vivió realidades de pobreza, exclusión y fervor religioso que moldearon su comprensión del Evangelio y su compromiso con una Iglesia cercana al pueblo. Su manejo discreto pero firme de los asuntos vaticanos lo posicionó como un hombre de confianza y equilibrio, capaz de tender puentes entre sensibilidades distintas dentro del catolicismo.

León XIV asume el papado con un gran capital simbólico, pero también con enormes responsabilidades. La Iglesia Católica necesita profundizar el proceso de reformas iniciado por su predecesor, pero también responder a nuevas tensiones internas: sectores conservadores que rechazan todo cambio, movimientos que exigen más participación laical, mujeres que reclaman su lugar en la toma de decisiones, y jóvenes alejados de una institución que perciben distante. Además, el flagelo de los abusos sexuales sigue siendo una herida abierta que exige justicia y reparación sin concesiones.

El principal trabajo de León XIV será consolidar una Iglesia verdaderamente sinodal, donde las decisiones se tomen de manera colectiva, con transparencia y escucha real a las bases. Deberá mantener el diálogo con otras religiones, fortalecer la presencia de la Iglesia en el sur global, y enfrentar desafíos globales como la migración, el cambio climático y la desigualdad. No se trata solo de mantener viva la fe, sino de hacer que esta sea relevante en un mundo fracturado.

El nuevo Papa ha elegido el nombre de León XIV, evocando quizás la figura del Papa León XIII, reformista y defensor de los derechos de los trabajadores a fines del siglo XIX. El gesto no es menor. En un tiempo en el que la autoridad moral se gana más por el ejemplo que por el cargo, León XIV deberá ser pastor antes que príncipe, testigo antes que juez, servidor antes que figura.

Los retos son inmensos: reconciliar una Iglesia dividida, recuperar la confianza de los fieles, revitalizar la fe en contextos de secularización, y no perder la brújula en medio de tensiones geopolíticas y culturales. Pero si algo enseña la historia del catolicismo es que cada época encuentra sus líderes cuando más los necesita. Hoy, esa esperanza tiene nuevo rostro y nuevo nombre: León XIV.